El perdón es el don de los dones, como lo dice la palabra. Ciertamente es el don más difícil de regalar.
El sentimiento normal, como tendencia fundamental de la vida, es la benevolencia hacia el otro. Sin embargo, no siempre funciona la tendencia de ser-para-otro, sino también, lamentablemente, la inclinación de ser-contra-otro. Aunque esto último no es lo normal.
La agresividad cordial nace casi siempre entre los pliegues de la competencia y de la rivalidad, por las que uno quiere conseguir algo, y los otros se lo disputan.
El egoísmo es la muralla que bloquea la comunicación con el prójimo. Cuando un individuo es propiamente un ególatra, tiende a considerar a cualquier otro como rival, y fácilmente lo hace blanco de su agresión. Basta analizar las rivalidades existentes entre un sujeto y otro, entre un grupo y otro, y siempre descubriremos en las hostilidades de hoy, antiguas batallas para salvaguardar el prestigio personal y asegurar los intereses propios.
Cuantas personas pasan días y noches, lanzando mentalmente agresivas cargas emocionales contra una determinada persona, y esta persona ni siquiera se entera. Mientras se consumen, sombríos y enconados, contra su prójimo, el otro está “bailando” feliz en la vida, completamente desligado del que sufre.
La inmensa mayoría de las veces no llegan al interesado los efectos de nuestras emociones destructivas, como los celos, el rencor, la envidia o la antipatía, en tanto que estamos siendo lentamente presionados y aprisionados por nuestras propias sombras tenebrosas. ¿Masoquismo? ¿Autodestrucción? No. Insensatez.
Odiar es locura. El resentimiento destruye al resentido.
Por la experiencia de la vida, sabemos cuánto cuesta perdonar; sabemos también que, para ello, más que para cualquiera otra actitud fraterna, necesitamos de Jesús. Por gusto no se perdona. Tampoco por ideas ni por convicciones, ni siquiera por los ideales. Por una persona sí.
¿Cómo hacerlo entonces? Concéntrese. Evoque, por la fe, la presencia del Señor. Y cuando haya llegado a un “encuentro” de intimidad con El, dígale: Jesús, entra hasta las raíces más profundas de mi ser, asume mi corazón con sus hostilidades y sustitúyelo por el tuyo, perdona tú dentro de mí, quiero sentir por tal persona lo que Tú sientes por ella, quiero perdonarlo como Tú perdonaste a Pedro… ahora mismo, Jesús.
Sintiendo así, profundamente, va a experimentar cómo Jesús calma aquella agitación hostil y deja en el interior tanta paz que, puede levantarse tranquilamente para ir a conversar, con toda naturalidad, con el “enemigo”. Estos prodigios los hace hoy Jesús.
Del libro Sube Conmigo de P. Ignacio Larrañaga