Por la mañana sácianos de tu misericordia y toda nuestra vida será de alegría y júbilo (Salmo 90, v.14)
Cuando el hombre despierta por la mañana, y abre los ojos, y deja entrar por la ventana de la fe el sol de la Misericordia, y ésta consigue inundar todas las estancias interiores y todos los espacios hasta la saciedad total, entonces no hay en la tierra idioma humano que sea capaz de describirnos esta metamorfosis universal: como por arte de magia el viento se lo llevó todo, la cólera divina, y las culpas, y el polvo, y la muerte, y la caducidad, y el miedo, y el humo, y la sombra, como papelitos se llevó todo el viento, y la vida y la tierra entera se entregaron frenéticamente a una danza general en que todo es alegría y júbilo.
Pasó la tempestad, las nubes se alejaron, y de nuevo brilla el sol. Después de invocar ardientemente la piedad del Señor, y de sentirse seguro de ella, podemos respirar hondo, tender la mirada hacia adelante como si hubiese caducado el ciclo que va de polvo a polvo y ver amanecer una era de prosperidad.
Una vez más lo decimos, las cosas de Dios no son para ser entendidas intelectualmente sino para ser vividas, y cuando se viven, todo comienza a entenderse. El secreto está, reiteramos, en saciarse, verbo eminentemente vital, casi vegetativo. Dios es banquete; hay que “comerlo” (experimentarlo) y llega la saciedad. Dios es vino; hay que “beberlo”, y viene la embriaguez en que todas las cosas saltan de su quicio y, en milagrosas transformaciones, lo caduco se transforma en lo eterno, la tristeza en alegría, el luto en danza.
Dios hace estos prodigios, no el Dios de la venganza, que ya “murió” sobre el monte de las bienaventuranzas, sino el Dios de las Misericordias, el verdadero Dios, Aquel que nos reveló Jesús.
Y después de beber este “vino”, los días y los años que se abren ante nuestros ojos estarán colmados de alegría y esperanza.
Extraído del Libro “Salmos para la Vida” de P. Ignacio Larrañaga.