“Padre de ternura, acogí a los pecadores y a los abandonados, compartí su mesa y su condición de marginales, les mostré tu nuevo rostro de Padre amoroso que acoge a los que están perdidos y no excluye a nadie; les rebelé que el Reino es bienaventuranza para los pobres y acogida para los pecadores; y esta muerte, que es consecuencia de mi vida, la deposito en tus manos como ofrenda de amor y redención por los pecadores. Arrastro conmigo la pobreza y el pecado del mundo a la nada en que estoy convertido. Con la ofrenda de mi existencia comparto la suerte de los pobres y me solidarizo con la situación en que se hallan los marginados, como yo ahora, los excluidos de la sociedad”.
“Quiero que en esta tarde el dolor y el amor se abracen como el crepúsculo y la aurora, y sea la redención un árbol de fronteras abiertas que, con su sombra, cubra a la humanidad entera; quiero empujar a la humanidad hacia un hogar desconocido, librar a los cansados pies de las pesadas cadenas y echar a rodar un amor que no posee ni es poseído”.
El grano de trigo, muerto y sepultado bajo la tierra, ya es espiga dorada meciéndose al viento. De la muerte nace la vida; de la humillación, la exaltación. El Pobre de Nazaret es ahora el Señor Jesus.
Jesucristo es “el que ha venido”, pero también es “el que está viniendo”. Él es el meteoro señorial disparado por los espacios y eternidades como flecha de esperanza.
¡Jesucristo vive ayer hoy y mañana!
Del libro El Pobre de Nazaret de P. Ignacio Larrañaga