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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

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Padre Ignacio Larrañaga

Nueva gestación

Después de su Resurrección, Jesucristo establecerá el Reino del Espíritu: la Iglesia. La cual no es, sobre todo, una institución humana sino una Comunidad de hombres que nacieron, no del deseo de la carne o de la sangre, sino de Dios mismo (Juan 1, 13). Es un Pueblo de hijos de Dios nacidos del Espíritu.

En Pentecostés habrá, pues, un nuevo nacimiento. Por segunda vez va a nacer Jesús, pero esta vez no según la carne como en Belén sino según el espíritu. No hay nacimiento sin madre. Si el nacimiento era espiritual, la madre tendría que ser espiritual. La madre, humanamente, es una realidad dulce. Esa dulce realidad tendría que morir, en una evolución transformante, porque para todo nacer, hay un morir.

En una palabra, también María tendría que salirse de la órbita materna, cerrada en sí misma -la esfera de la carne- y tendría que entrar en la esfera de la fe. Y todo esto, porque Cristo necesitaba de una madre en el espíritu, para su segundo nacimiento, en Pentecostés.

Si María quiere seguir en comunión con Jesús de Nazaret, no lo será en calidad de madre humana, sino que tendrá que entrar en un nuevo relacionamiento de fe y espíritu.

En la escena de las palabras de Juan 19,25 – 28 – “he aquí a tu hijo: he aquí a tu madre, Jesús entrega una Madre a la Humanidad. Aquí nace la maternidad espiritual de María.

Era la última voluntad de Jesús: su regalo más querido; lo mejor, al final. En su actuación postrera, Jesús entregó a su Madre a la Iglesia, para que la Iglesia la cuidara con fe y amor. Y, a su vez, entregó la Iglesia a la Madre para que la atendiera con cuidado maternal y la condujera por el camino de la salvación.

Extractado del libro “El Silencio de María” de p. Ignacio Larrañaga, OFM