He aquí una palabra mal usada y peor entendida, y que necesita clarificación.
Cómo saben, mi obsesión, desde cierta época de mi vida, ha sido la humildad, fuente de todo bien. Siempre he pensado que el Evangelio se reduce a estás dos palabras: humildad y amor. Más aún, no puede haber amor sin humildad y donde hay humildad, allí está el amor.
Para el que se vacía de sí mismo, no existe temor y dónde no hay temor, no hay guerra; y donde no hay guerra, hay paz. Si nos vaciáramos de las ilusiones y quimeras del “yo”, sentiríamos el mismo alivio que cuando desaparece una fiebre alta.
Nada desde dentro, nada desde afuera podría perturbar la serenidad del que se ha liberado del “yo”. Desprendido de si, liberado de las ataduras del “yo” el corazón pobre y humilde entra resueltamente en el seno profundo de la libertad. Entonces le tiene sin cuidado lo que piense o digan de él los demás. Se mueve en el mundo de los acontecimientos, pero su morada esta en el Reino de la Paz.
Nada tiene que defender por qué nada posee; y trata a los demás con la misma consideración con que se trata así mismo. Este ideal de humildad me hizo emprender un programa áspero pero liberador: no dar satisfacciones al “yo”, no defenderse, no justificarse, no buscar elogios, no hablar de si, no afanase para que todos me conozcan y reconozcan, rehuir los aplausos, volar al país del olvido, DESAPARECER…
Mucha gente entiende por desaparecer: que no me vean, no aparecer, rehuir los aplausos, como si yo no existiera en este mundo, que nadie sepa de mí, pasar por el mundo como si no existiéramos, como si nuestra persona y nuestra obra fuesen una sombra huidiza qué se desvanece, que nadie sepa lo que yo hago, que nuestra obra sea tan silenciosa que pase completamente desapercibida, ser silencioso, ser oscuridad, ser anonimato…
Desaparecer no es nada de eso.
Desaparecer es: organizarse profesionalmente para lograr los mejores resultados, utilizar los medios de difusión más eficaces como televisión, radio, prensa, internet… para que nuestra obra sea más conocida y divulgada, luchar resueltamente para que el Taller logre el mayor número de asistentes y los mejores resultados, trasmitir por radio textos de nuestra obra, armar excelentes programas de promoción y propaganda para emitirlos por el mayor número de emisoras.
Pero…
Sin apropiarse, vaciándose enteramente de si mismos, sin importar de los resultados antes, al contrario , abandonándolos en las manos del Padre; extinguir permanentemente la llama del “yo” , olvidarse de sí mismo, rectificar constantemente las intenciones, nada para mí, todo para gloria de Dios y bien de los hermanos, renunciar a la imagen ilusoria un de si mismo, nunca dar satisfacciones al “yo”, no justificarse, no defenderse, no dar explicaciones para quedar bien, no mendigar elogios, hacer el bien a los que nos hacen mal, perdonar, comprender…¿ Qué sentía Jesús al decir: “no me importa mi prestigio sino la gloria de mi Padre”? ¿Que sentía al decir: ” hay que negarse a si mismo”? ¿Que sentiría al decir: “quién odia su vida la ganará”? Al decir: “niéguese a sí mismo”.
Todo que este conjunto de actitudes aparentemente contradictorias, esto es desaparecer.
Tomado de la Carta Circular Nº 22 de padre Ignacio Larrañaga.