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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Miles de personas en el mundo han recuperado
la alegría y el encanto de la vida.

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Padre Ignacio Larrañaga

Amistad y comunión

Cuando se da la verdadera vida con Dios, a la fase de la inmersión en su intimidad corresponde y le sucede la fase de la donación entre los hombres. Cuanto más intenso haya sido el encuentro con el Padre, tanto más extensa será la apertura entre los hombres. El trato con Dios que no lleve a la comunión con los hombres es una simple evasión en la que, sutilmente, la persona se busca a sí misma. Tiene que haber un perpetuo cuestionamiento entre la vida con Dios y la vida con los hombres, que deben combinarse integradamente condicionándose mutuamente, sin dicotomías.

María había vivido en vertical una intimidad con Dios sin precedentes. Esta intimidad va a abrirla a una comunión también sin precedentes hacia los hermanos, representados en este caso en Isabel. Dios es así. El verdadero Dios es aquel que nunca deja en paz, pero siempre deja la paz. El Señor siempre desinstala y conduce a sus amigos al compromiso con sus semejantes.

La Madre, después de haber vivido las grandes emociones de la anunciación, no quedó ahí saboreando el banquete. Al contrario, aquellas energías nacidas de su contacto con el Señor, le dan alas para volar «cruzando las montañas de Judea» (Le 1,39) a la casa de Isabel.

Dios mismo las había unido. El Señor había revelado a Isabel lo que aconteció a María, al menos la información sustancial. Y el mismo Señor reveló a María lo que había acontecido en Isabel (Le 1,36). Ambas se sentían emocionadas y agradecidas por haber sido, en diferentes grados, objeto de predilección de parte del Altísimo.

María se quedó con Isabel cerca de tres meses (Le 1,56). ¿De qué hablaron durante estos tres meses? ¿Cuál fue el fondo y la materia central de sus conversaciones?

Hablaron de la consolación de Israel, de las promesas hechas a nuestros padres, de la misericordia derramada de generación en generación, desde Abraham hasta nuestros días, de la exaltación de los pobres y de la caída de los poderosos.

Pero más que hablar de los pobres, de los profetas y de los elegidos, hablaron sobre todo del Señor mismo, de Yavé Dios. Cuando alguien se siente intensamente amado por el Padre, no acierta a hablar más que de El.

La Madre, al recordar cómo ella fue centro de todos los privilegios, sentiría una conmoción única al hablar de su Dios y su Padre. Dios, Dios mismo, fue el fondo y el objeto de sus emociones, de sus expansiones y de sus expresiones durante estos tres meses en Ain Karim.

Naturalmente no fue tan sólo una efusión espiritual, una comunicación fraterna. Fue más que eso. Hubo también solicitud, ayuda. De aquí emerge María como una joven delicada con gran sentido de la servicialidad fraterna.

Podemos imaginar a María, tal como siempre aparece, atenta y servicial; podemos Imaginarla en las tareas domésticas cotidianas: comida, limpieza, lavado, tejiendo ropa, preparando todo aquello que se necesita para un bebé, ayudando a Isabel en las delicadas tareas prenatales, haciendo un poco de enfermera y un poco de matrona —hay tareas que son privativas del mundo femenino—, consolando a Zacarías con la misericordia del Padre, preocupada en todo momento de los mil detalles domésticos… Fue la delicadeza misma hecha persona.

Extractado del libro “El silencio de María” capitulo 3 “Prodigio en el seno del silencio” de padre Ignacio Larrañaga.