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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Miles de personas en el mundo han recuperado
la alegría y el encanto de la vida.

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Padre Ignacio Larrañaga

La ley del entrenamiento

Existe la ley del entrenamiento, válida para los deportes atléticos y válida también para el espíritu. Si, de pronto, te dicen: haz una caminata de 30 kilómetros, dices: «¡Imposible!». Pero si comienzas por caminar diariamente cinco kilómetros en la primera semana, ocho kilómetros en la segunda semana, y así progresivamente, al cabo de un año no vas a tener ninguna dificultad en realizar una caminata de 30 kilómetros. ¿Qué había sucedido? Las potencias atléticas estaban dormidas, quizás atrofiadas, por falta de actividad. Al ser puestas en actividad, los músculos despertaron y se desplegaron.

En el espíritu sucede igual. Todos nosotros llevamos enterrados entre los pliegues de los códigos genéticos, dinamismos espirituales, capacidades místicas que hoy pueden estar dormidas, quizás atrofiadas por falta de actividad. Al ejercitarnos en la actividad orante, al adherirnos posesivamente al Señor Dios, despiertan más ganas de estar con Él, aumentando el atractivo hacia Él. Si se sigue orando, Dios va siendo cada vez «más» Dios; es decir, el Señor comienza a ser gratificación y fiesta, y en este momento todo comienza a vivificarse: los rezos y los sacramentos dejan de ser palabras y ritos vacíos, y se convierten en banquete espiritual. La castidad deja de ser represión y comienza a ser misteriosa plenitud. Las bienaventuranzas dejan de ser paradojas para transformarse en pozos de sabiduría.

No sólo eso: el mundo, la historia y la vida se visten de presencia divina y sentido. Nos tornamos capaces de vislumbrar la voluntad divina hasta en las emergencias absurdas y dolorosas, mientras aumentan las ganas de estar con Él. Y así, el salmista se levanta a medianoche, como un amante para estar con la amada. Jesús renuncia a las horas de sueño y se va por los cerros para pasar la noche junto al Padre.

De alguna manera se cumple la ley de la atracción de las masas, o sea, a mayor proximidad mayor velocidad. Crece la atracción en la medida que es mayor el volumen de las masas y mayor la proximidad de las mismas. Con otras palabras: en la medida que estamos más unidos a Dios, en esa medida crece su atracción, su seducción, el deseo de estar con Él.

*

Si nos aproximamos a una zona de cordillera, observaremos un fenómeno curioso: desde el valle se ven, en el primer plano, unas altas estribaciones, nada más. Escalamos la primera colina y desde ahí se divisan cerros mucho más encumbrados, que antes no se veían. Escalamos la siguiente altura, y desde ahí se distingue un paisaje dilatado de altísimas cumbres cada vez más lejanas y cada vez más altas. ¿Cambió la cadena montañosa? La cordillera permanece inmutable e idéntica a sí misma, pero en la medida en que fuimos internándonos en sus profundidades, fueron asomándose perspectivas y mundos completamente desconocidos.

Con Dios sucede igual. Cualquiera puede tener la experiencia de que cuando se avanza en la relación personal con el Señor, a Dios se le siente más próximo y viviente.

No es que Dios cambie. Él es inmutable en sí mismo y está inalterablemente presente en nosotros. Lo que realmente cambia son nuestras relaciones con Él según el grado de fe y amor. La fe, la esperanza y el amor hacen a Dios más vivo y presente para mí.

Cuando se establecen relaciones profundas y frecuentes con Él, su presencia se torna más densa en mí, para mí. No se trata de una presencia más concreta sino de un Alguien más vivo y presente con quien se superan con facilidad las dificultades, se asumen con alegría los sacrificios, las contrariedades ya no duelen tanto, los disgustos ya no nos destrozan, donde había violencia se pone suavidad y nace por doquier la alegría y el amor.

*

La sala está completamente oscura, no se ve nada. Encendemos un fósforo: algo se percibe, se ven muchas más cosas. Encendemos cincuenta fósforos y ahora sí: la sala es una hermosura llena de colores, figuras y objetos.

¿Ha cambiado la sala? Está igual, pero para mí todo ha cambiado. ¿Qué ha sucedido? La luz ha hecho «presente», la luz ha iluminado el «rostro» de la sala para mí.

En la medida en que el orante avanza por los altos caminos de las profundidades divinas, pueden surgir en el alma, por obra de la gracia, potencias desconocidas que pueden empujar al alma por una pendiente totalizadora dentro de la cual Dios va siendo cada vez más el Todo, el Unico, el Absoluto, en un torbellino en el que el hombre entero es asumido y arrastrado, transformándose lentamente en una antorcha que arde e ilumina. Pensemos en los profetas y santos.

Extractado del libro “Itinerario hacia Dios” de Padre Ignacio Larrañaga. OFM