En algunas vicisitudes de la comunidad (debido a situaciones de crisis personal o colectiva, o cuando falla la oración) surgen impetuosamente en el individuo fuerzas inferiores y arcaicas, dominando por completo la personalidad. Como consecuencia, se producen situaciones de alta tensión y se abren profundas hendiduras en el cuerpo de la fraternidad, que a veces se prolongan durante mucho tiempo.
Si en tales momentos Jesús no está vivo en el corazón de los hermanos, nacen los conflictos íntimos y las frustraciones. Llegan también las ansiedades que son puertas abiertas para la neurosis. Se hacen presentes las diferentes perturbaciones de la personalidad. Y por estos caminos encontramos personas desoladas, tristes y ansiosas.
En la convivencia fraterna, es preciso vivir atentos para que los impulsos no nos sorprendan, y debemos estar despiertos y preparados para neutralizar las cargas de profundidad.
Vivir atento quiere decir que esa franja de la personalidad que llamamos conciencia esté poblada por Jesús, un Jesús vivo y presente, para que sus reacciones sean mis reacciones, sus reflejos mis reflejos, su estilo mi estilo.
Las características de los impulsos son la sorpresa y la violencia. Cuando estamos descuidados, somos capaces de cualquier barbaridad, de la que nos arrepentimos después. Y decimos: ¡qué horror!, pero ya está hecho. Con un arranque agitado somos capaces de arruinar en pocos minutos la unidad que habíamos forjado dificultosamente durante muchos meses.
Sujeto inmaduro es aquel en quien predomina el inconsciente en mayor proporción y más compulsivamente. Estos individuos deforman la realidad, proyectando su mundo interior sobre el mundo exterior e identificándolos. Cuanto más predominan –en una personalidad– las intenciones conscientes, mayor madurez y equilibrio. Será un miembro integrado en la fraternidad.
Aquí existe una progresión correlativa. Cuanto más se ora, Jesús está más «vivo» en el hombre. Cuanto más «vivo» está, la conciencia del hermano está más armada por esa presencia y despierta. Cuanto más armada está su conciencia, su inconsciente está correlativamente más débil. Y de esta manera, las reacciones y conducta del individuo serán más racionales, equilibradas y fraternas.
Tomado del libro “Sube conmigo” capitulo II, subtitulo “Vivir atentos” de padre Ignacio Larrañaga.